Tiene gran riqueza en lienzos, esculturas y doraciones. Las obras
llevan el talento de la Escuela Quiteña del siglo XVIII. El convento de San
Diego era la antigua recoleta de la orden franciscana. Sus paredes guardan preciosos
lienzos con alegorías a la pasión de Cristo, a la asunción de María y a la vida
de castidad y pobreza de santos como Francisco de Asís y Diego de Alcalá,
patrono del convento. Piezas que resultan de gran interés son el púlpito, un
ejemplo de la ornamentación barroca del siglo XVIII; la imagen de la Virgen de
Chiquinquirá; y el crucifijo por sobre el cual el bohemio padre Almeida salía a
sus jaranas nocturnas.
La proliferación de conventos en la América india fue la
estrategia de propagación del catolicismo hacia cada uno de los habitantes
naturales de las colonias españolas. La exigencia en la preparación espiritual
de los clérigos obligaba que sus recintos, a los que se llamó recoletas, fueran
construidos en "edenes" lo más alejados del mundanal ruido. Así, el
Convento de San Diego, ubicado actualmente hacia el sur de Quito, se inscribe
en esta línea. El inicio de su construcción se sabe de finales del siglo XVI.
En 1598 la congregación franciscana obtuvo del Cabildo la autorización para
levantar la obra, bajo la dirección del padre Bartolomé Rubio. Entre este año y
1602, quiteños acaudalados donaron terrenos, logrando una extensión de tres
cuadras.
Hacia 1603 se había concluido la iglesia, y el convento estaba en
fase avanzada. En 1626 los patios internos del claustro habían sido concluidos.
Y los anales del Cabildo señalan que por 1650 San Diego ya oficiaba como una
casa de retiro para "veinte religiosos de penitente vida". Todavía
faltaban pequeños detalles, por lo que en 1689 fue nombrado "Obrero
Mayor" de la construcción al legendario fray Manuel de Almeida, pícaro
monje que usaba un crucifijo como la escalera que lo conectaba con la ciudad
nocturna y bohemia. El lugar incluso toma más fuerza mítica por la presencia de
otro héroe del imaginario quiteño: Cantuña. Si bien él pinta como constructor
del atrio de San Francisco, sus manos nunca estuvieron allí, sino en San Diego,
donde hizo algunos trabajitos de cerrajería por los que cobró siete pesos.
Hacia la mitad del XVIII, el Convento fue concluido totalmente con acabado
impecable, según cuenta el viajero inglés William Stevenson: "Casi oculto
en medio de los árboles y de las rocas este retrete es de los románticos. Se ha
puesto especial cuidado en que este edificio aparezca como una ermita
aislada.Es tal vez en todo el Nuevo Mundo la morada que más conviene al retiro
religioso...".
La sola concepción
arquitectónica del Convento de San Diego ya es un referente patrimonial. No
obstante, al interior las joyas son mayores. Como el artesonado de estilo
mudéjar que adorna el cielo raso del presbiterio. El púlpito principal de la
iglesia también es tesoro. Su ornamentación guarda la impronta del barroquismo
del siglo XVIII y su diseño presenta un cáliz junto a una vid que asciende
entre columnas salomónicas.
En la pinacoteca de la iglesia se pueden apreciar lienzos
alegóricos a San Francisco de Asís, con firma de Andrés Sánchez. Pero entre los
que destacan están la "Misa Gregoriana", atribuida a Miguel de
Santiago; "Nuestra Señora de Chiquinquirá", de factura colombiana; el
cuadro de Cristo agonizante, de autor anónimo, que se dice inspiró la
"Piedad" de Caspicara; y la imagen de la Pasión del Señor, cuya
autoría se confiere a Francisco Albán. Una visita a este museo es un encuentro
con al arte quiteño, más allá de los nombres consagrados
Dirección: Calicuchima No.117
y Farfán
Precios: $2
Horarios de Atención: lunes - Sábado, de
09h00 a 13h30, 14h30 a 17h00
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